Si bien el hecho de scrollear el celular sin pausa parece una acción inofensiva, expertos en neurología advierten sobre los riesgos y dan consejos para poder recuperar el control.
Suele suceder que con el móvil pasamos de un contenido a otro en pequeños clips que nos muestran por ejemplo animales haciendo travesuras, publicaciones de viajes a destinos exóticos, consejos de expertos en finanzas, tutoriales de cocina para preparar platos en pocos pasos y mucho pero mucho más.
Y así, cada día, pasamos horas y horas deslizando el dedo por la pantalla del celular, saltando de un contenido a otro, sin pausa y con prisa.
La acción tiene un impacto real en nuestro cerebro, y así lo advierte el doctor Norberto Raschella, jefe del Servicio de Neurología del Hospital Universitario Austral.
“Scrollear incesantemente obliga al cerebro a cambiar de foco de atención en milisegundos, a un ritmo tan acelerado que impide procesar y almacenar la información correctamente en la memoria de trabajo, dificultando así el aprendizaje”, explica el especialista en la publicación VIDA impulsada por el nosocomio.
Así, expresa el profesional, el fenómeno del scrolleo afecta el sistema de recompensa del cerebro; es decir, el complejo circuito de estructuras y vías neuronales que conecta áreas como la corteza, el lóbulo límbico y el núcleo accumbens, en el que la dopamina –que es un neurotransmisor– juega un papel clave. Se trata de un sistema que se activa ante estímulos gratificantes, y que regula la motivación, el placer, el aprendizaje.
“Cuando los mecanismos de funcionamiento de este circuito se sobreexigen, que es lo que sucede al deslizar frenéticamente la pantalla del teléfono, entran en un estado de hiperactividad y readaptación constantes, lo que provoca una necesidad continua de recompensas inmediatas, obstaculizando el procesamiento equilibrado de la información”, pormenoriza el doctor Raschella.
“La atención se vuelve más lábil; la concentración y memoria se resienten”, apunta el experto, que asimismo precisa cómo, por la velocidad del scrolleo, “los segundos mensajeros –que son moléculas que, entre otras cosas, amplifican la señal de los neurotransmisores, ayudan a almacenar la memoria a largo plazo e intervienen en el aprendizaje de las conductas– no llegan a desarrollarse”.
Así, el consumo veloz y fragmentado de información efectivamente altera nuestra capacidad de procesamiento y retención de datos, pero, según Raschella, no son las únicas consecuencias.
Sucede que, al estar hiperestimulada la dopamina, “se refuerza una conducta compulsiva de búsqueda de placer, lo que genera una sensación de insatisfacción constante que a menudo desemboca en ansiedad y estrés”.
A largo plazo, esta sobrecarga puede derivar en trastornos del sueño, incluso depresión, añade el neurólogo, subrayando que, “filogenéticamente hablando, al cerebro le lleva años evolutivos adaptarse a tamaña multiplicidad de estímulos”.
Otra consecuencia: el impacto en la vida social de las personas. “Basta con observar una reunión familiar o una salida con amigos: las conversaciones se fragmentan, el lenguaje verbal se ve interrumpido y la atención se dispersa”, sostiene el doctor Raschella.
La hiperconectividad no siempre significa mejor comunicación, sino que, en muchos casos, lo diametralmente opuesto: puede llevar a una desconexión en los vínculos personales.
Los más vulnerables: niños y adolescentes
Según el especialista, los más afectados por esta dinámica son los niños y adolescentes, dado que “su capacidad de atención es más frágil debido a su inmadurez, y su desarrollo cognitivo puede verse comprometido”. De allí que cada vez sea más frecuente la aparición de trastornos por déficit de atención, hiperactividad o dificultades para tolerar la frustración, entre otras cuestiones.
Por todo lo dicho, el doctor Norberto Raschella hace hincapié en la importancia de tomar conciencia del problema y modificar hábitos. “Existe una gran presión del mercado y de la sociedad de consumo para que estemos constantemente conectados. Se nos hace creer que cuanto más información consumimos, mejor, pero esto no es necesariamente cierto”, reflexiona.
Lo esperanzador es que la reeducación de la atención y la concentración es posible; se pueden revertir algunos efectos a través de cambios en la rutina.
Algunas estrategias incluyen reducir el tiempo de exposición a las pantallas, establecer momentos sin tecnología y priorizar el contacto humano por sobre la interacción digital.
En una era dominada por el scroll infinito, el desafío es aprender a manejar la tecnología sin que esta termine manejándonos a nosotros.